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LA SANTA INQUISICIÓN EN SEVILLA
Aunque la Santa Inquisición ya existía desde la Cruzada contra los Cátaros en el siglo XIII, en España fue en Sevilla donde se estableció en 1480, llegando las primeras condenas en 1481. Más de 2000 personas fueron condenadas a morir en la hoguera por la Santa Inquisición en Sevilla.
Foto portada: Callejón de la Santa Inquisición en Sevilla. Vista desde la calle Castilla, con el río Guadalquivir al fondo – Triana (Foto: Francisco Calvo)
Según expresa Ortiz de Zúñiga en sus Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, se colocó en el castillo una inscripción en latín que comenzaba con el siguiente texto: “El Santo Oficio de la Inquisición contra los herejes de los Reinos de Hispania iniciado en Hispalis, el año 1481,…” (Sanctum Inquisitionis officium contra hereticorum pravitatem in hispanis regnis initiatum est Hispali, anno MCCCCLXXXI,…).
Cabe destacar, con respecto a su creación y consolidación, a Pedro González de Mendoza, arzobispo de Sevilla, cuya razón primordial para instalar en Sevilla al Tribunal de la Santa Inquisición fue la gran comunidad judeo-morisca existente en la ciudad y el ser un centro de comercio internacional donde podrían aflorar ideologías no católicas importadas de otros países.
Su primera ubicación fue el antiguo Convento dominico de San Pablo (actual Iglesia de la Magdalena), pero debido a la necesidad de mayor espacio ante el gran número de presos y presuntos herejes se vio necesario trasladar la sede al Castillo de San Jorge, en el arrabal de Triana, una antigua fortaleza árabe que poseía un buen número de celdas en los muros aledaños al Altozano, San Jorge y Castilla y en la parte superior de las torres. En su interior se encontraba también la parroquia de Triana, la capilla de San Jorge.
Durante los periodos de 1481 a 1785 la Inquisición estuvo establecida en el castillo, llevándose a cabo los autos de fe en las gradas de la Catedral, en la Plaza de San Francisco y, con posterioridad, según diversas circunstancias, en la iglesia de Santa Ana, en la de San Marcos y en el convento de San Pablo. A la ceremonia final, denominada auto de fe, donde se dictaba la sentencia, asistía una multitud que vibraba durante el desarrollo del complicado ceremonial (algunos llegaron a durar un día completo).

Grada y Tribunal según panel expuesto en la sala inicial del Castillo de San Jorge en Sevilla. Santa Inquisición en Sevilla (Arte y Cultura en la Bética)
ORGANIZACIÓN DEL TRIBUNAL DEL SANTO OFICIO
Según expone Juan de Mal Lara en 1570:
“…el Santo Oficio de la Inquisición, donde hay de ordinario tres o cuatro inquisidores, un fiscal, un juez de bienes confiscados, seis consultores y teólogos, clérigos y frailes, para calificar las proposiciones; otros tantos y más consultores y juristas, que asisten a la vista y determinación de los procesos, cuatro secretarios, un receptor, un alguacil, un abogado del fisco, un alcaide de las cárceles secretas, un notario de secreto, un contador, un escribano del juzgado del juez de bienes, un nuncio, un portero, un alcaide de la cárcel perpetua, dos capellanes; sirven también un médico, un cirujano, un barbero, un despensero y más de cincuenta familiares en esta ciudad, que tienen todos sus privilegios concedidos por los bienaventurados reyes don Fernando y doña Isabel, Reyes Católicos de buena memoria, y confirmadas por los que han sucedido. Viven en el Castillo de Triana los jueces y oficiales deste santo oficio”.
Entre estos existían oficiales mayores (inquisidores, fiscales, contadores, receptores,…), medios (nuncio, notario del secreto, alguaciles, alcaldes, notarios del secuestro, jueces,…) y menores (médicos, cirujanos, despenseros, portero, capellanes,…). Veámoslos a continuación.
Oficiales mayores (entre otros)
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Inquisidores. Máxima autoridad del Tribunal en un Distrito. Al menos debían ser dos, un teólogo y un jurista, o dos juristas, si les aconsejaba un teólogo. Debían ser honestos, justos, cultos, ser sacerdotes y mayores de 40 años.
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Fiscales. Promovían y presentaban la acusación en base a las pruebas existentes. Poseía una llave de la Cámara del Secreto.
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Contadores. Revisaba las cuentas realizadas por los receptores.
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Receptores. Llevaba la hacienda del Castillo. Se encargaba, junto con el alguacil y el secretario de secuestro de la confiscación de bienes y cobraba los juros y censos y todos los ingresos.
Oficiales medios (entre otros).
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Nuncio o Delegado Papal. Entre sus funciones se encontraba hacer llegar las comunicaciones.
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Notario del secreto. Se encargaba de levantar acta de todos los hechos sucedidos en el Tribunal tomando parte en todos los actos de éste (interrogatorios, declaraciones,…). Los documentos se archivaban en la Cámara del Secreto.
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Alguacil Mayor. Procedía al arresto dispuesto por los Inquisidores y a la incautación de bienes, procurando que el detenido no hablara con nadie que no le estuviera permitido. Debía ir acompañado del receptor, del secretario de secuestro y de familiares.
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Alcalde de Cárceles Secretas. Recibía a los reos y controlaba las celdas de causas más graves. Anotaba la ropa y objetos que el reo traía consigo y era responsable de la seguridad de ellos.
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Notarios del secuestro. Su cometido era llevar una relación detallada de bienes confiscados y secuestrados y de los embargos civiles por impago de tributos o censos del Tribunal. Estaba presente en la venta de los bienes secuestrados.
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Jueces. Entre ellos se encontraba el Juez de Bienes Confiscados, que atendía las reclamaciones sobre los bienes confiscados de la familia de los sentenciados, de sus acreedores o de terceros.

Proceso inquisitorial: en esta escena aparece junto a la mujer que sufre el proceso, un oficial que podría ser el fiscal que presenta la acusación, en el suelo está uno de los oficiales menores con utensilios para encender el fuego y en el estrado los Inquisidores (jurista y teólogo)
Oficiales menores.
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Familiares. Eran laicos que actuaban como alguaciles, permitiendoseles llevar armas y actuando como policías secretas. Actuaban como escoltas de los miembros de la Inquisición, ayudaban en las capturas, denunciaban a sospechosos o participaban en los autos de fe.
- Médicos, cirujanos, despenseros, portero, capellanes,…
EL PROCESO INQUISITORIAL
Inicio del proceso
El proceso inquisitorial era arduo y complicado. Era iniciado por delación o por una inquisición (investigación) tras un primer Edicto de fe o Edicto de Gracia que en sí consistía en un sermón en el que se daba un tiempo de gracia para que las personas que pudieran estar cometiendo herejías confesaran o alguna otra delatara tal hecho. Al confesar, las penas quedaban normalmente en una multa pecuniaria.
Fase clamosa
Las pruebas obtenidas en la delación eran presentadas a los teólogos que decidían si existía o no herejía y, en caso afirmativo, se procedía a la detención llevada a cabo sin indicar sus causas al detenido, trasladando a la persona a las cárceles del Castillo de San Jorge. En esta fase, conocida como clamosa, eran confiscados los bienes del detenido, que era encarcelado hasta el día en que se le presentaba ante los inquisidores, sin mencionar quienes eran sus delatores.
En la primera sesión de interrogatorio se le preguntaba sobre su identidad, sus ascendentes familiares, el nombre de su confesor,… Se le instaba a explicar el porqué de su detención, a que confesara. Si en tres sesiones de interrogatorios distribuidas en varias semanas no confesaba, el Fiscal presentaba los cargos. Se había pasado a la siguiente fase: la audiencia.

Restos del basamento del muro de la Sala de audiencias del Castillo de San Jorge (Foto: Francisco Calvo)
Fase de audiencia y proceso de abonos
En la mencionada fase de audiencia, tras ser leída la acusación y sin ayuda ni abogado, el acusado debía contestar a las acusaciones en el momento. A partir de ahí se le permitía la búsqueda de ayuda legal. La defensa podía basarse en mencionar a los delatores entre sus enemigos, presentar objeciones frente a los jueces o llamar a testigos favorables (proceso de abonos).
La acusación y la defensa debían presentar sus declaraciones. Se producían unos interrogatorios por parte de los inquisidores y en presencia de un notario. Si no se conseguía una confesión se podía optar por el tormento en el potro de tortura para intentar conseguirla. Tras este proceso el caso quedaba listo para dictar sentencia por medio de la consulta de fe, conformada ésta por los inquisidores, un representante del obispo y los consultores (licenciados en teología o leyes), que votaban el resultado del proceso.

Sometimiento a tortura en el potro (Arte y Cultura en la Bética)
El auto de fe y la condena
Llegado a este punto del proceso los reos eran conducidos por el Callejón de la Inquisición al lugar donde tendría lugar el auto de fe, con la asistencia del pueblo. La condena tenía lugar al final del auto de fe y podría consistir en muerte en la hoguera, cárcel temporal o perpetua, multa o portar el sambenito durante cierto tiempo como modo de vestir, tras haber abjurado (renunciado a sus creencias).
El sambenito estaba compuesto de túnica o saya de tejido blanco o crema de altura cercana a la media pierna, en ocasiones con un aspa que cruzaba el pecho. Podía ir acompañado de una especie de sombrero cónico a modo de capirote. Tal indumentaria también la portaba aquélla persona que era trasladada desde el Castillo de San Jorge para ser juzgada, discurriendo con ella entre la multitud.

Conversos con el sambenito(Fuente: panel expositivo «los Conversos» del Castillo de san Jorge. Foto: Francisco Calvo)
Quienes eran condenados a la hoguera eran conducidos al quemadero de San Diego, en la actual Tablada, o al quemadero de San Sebastián, en el Prado. En el quemadero de tablada, primer lugar de ejecución de las sentencias, se hallaban los “cuatro profetas”, unas figuras de yeso donde se introducía a los inculpados y donde morían a fuego lento. Allí murió Pedro Fernández Benadeva, que participó en la conjura de los conversos de la Collación de San Juan de la Palma.
No sólo fueron juzgados y condenados judíos, sino que entre las personas juzgadas se encontraban también bígamos, blasfemos, usureros, sodomitas, e incluso clérigos y frailes, llegando incluso a juzgar a esclavos y a extranjeros; estos últimos por haber contraído nupcias con mujeres conversas andaluzas. Se llegó a tal punto de celo en la ejecución de las condenas que incluso se procedió a realizar la quema en efigie, es decir, la quema de una imagen que representaba al reo si éste había huido, y la quema de los restos desenterrados de personas que habían fallecido antes de finalizar el juicio.
En definitiva, aquel tribunal que comenzó para erradicar el, considerado, problema de los judeo-conversos, por seguir éstos realizando sus ritos hebraicos en reuniones secretas y continuar así profesando su fe, se convirtió en un modo de controlar los aspectos religiosos y políticos de la sociedad de la época, que a la postra fue también instaurado por el Santo Padre.
Bibliografía
Se ha publicado junto con la segunda parte, la cual está dedicada a personas relacionadas con la Santa Inquisición.
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